A propósito de Le Message Retrouvé

de Louis Cattiaux 

Raimón Arola
 
Prólogo de su libro "Creer lo increíble. lo antiguo y lo nuevo en la historia de las religiones"
  

A primera vista, el escrito que aquí se presenta podría parecer un compendio de reflexiones y presentaciones sobre la obra de Louis Cattiaux, pero en el fondo se trata de algo más simple, es el relato de una amistad. Una amistad como las narradas en las epopeyas heroicas y que estaban en el origen de las grandes gestas que los mortales realizaban en compañía de los dioses. Un proposición de Kant sobre la amistad dice: «La amistad presenta principalmente el carácter de lo sublime; el amor sexual, el de lo bello»; pues bien, la amistad que se intentará describir aquí fue tan sublime que parecería haber sido originada por los dioses más que por los méritos de sus protagonistas. Por eso debe hablarse de una amistad ejemplar, casi simbólica, que merece ser recordada. Una amistad que no se fundamenta en un sentimiento humano, sino en el contenido de la misteriosa obra de Louis-Ghislain Cattiaux, Le Message Retrouvé.
«Los verdaderos amigos —está escrito en este libro— permanecen siempre unidos en el Señor dorado» (MR 4, 4).
La manera cómo se cultivó la amistad que aquí se narra fue, en cierto sentido, la continuación de dicha obra.

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Entre 1982 y 1983, Emmanuel van der Linden d’Hooghvorst glosó de manera poco habitual algunos cuentos tradicionales. El gato con botas, Riquete del copete, Barba azul y Piel de asno, fueron objeto de sus comentarios realizados a la luz del «sentido cabalístico», un sentido inusual en nuestros días, por eso, en la introducción a Barba azul, el autor escribió:

Ya suponemos que nuestra forma de leer estos cuentos no será admitida fácilmente, pero ¿no es la suerte de cualquier hipótesis nueva? Empieza por topar con las ideas recibidas, zarandea los prejuicios y turba los espíritus, pero si la hipótesis es correcta, acabará imponiéndose poco a poco en el espíritu de los hombres curiosos.

Sin embargo, su hipótesis no pretendía descubrir algo nuevo, pues, como él mismo apuntaba a renglón seguido, en estos cuentos se podían encontrar: «numerosos indicios de un antiguo y noble linaje que se remonta a los orígenes mismos de la tradición que constituye el honor de la humanidad». Para comentar los cuentos de Charles Perrault, Emmanuel d’Hooghvorst reencontró y recuperó una sabiduría muy «antigua» a la que, no obstante, denominó hipótesis «nueva».
Es más que probable que al escribir estas líneas el barón d’Hooghvorst estuviera evocando a su gran amigo, Louis Cattiaux, desaparecido tres décadas antes. Cattiaux fue un pintor y poeta que dejó este mundo a los cuarenta y nueve años, sin que su obra alcanzara ningún éxito. Tampoco hizo nada para lograrlo, pues se dedicó en cuerpo y alma a escribir un libro insólito: Le Message Retrouvé, una obra extraña y terriblemente enigmática, fuera de cualquier contexto intelectual o artístico de su época.
Charles, el hermano menor de Emmanuel d’Hooghvorst, escribió respecto a este libro: «Lo que caracteriza Le Message Retrouvé es, ciertamente, su originalidad. No puede incluirse en ninguna de las corrientes del pensamiento espiritual de nuestra época».
Para Cattiaux y también para los hermanos d’Hooghvorst, una hipótesis «nueva» sólo podía surgir de «seres profundamente diferenciados, incapaces de ser otra cosa que lo que son, seres alucinados por el mensaje que llevan en sí mismos». Oscar Wilde, un autor querido por Cattiaux, escribió respecto a ellos: «Los locos de hoy dan forma a la visión de los hombres de mañana». Tanto se identificaba con esta cita que la utilizó en un breve ensayo titulado Physique et Métaphysique de la Peinture, en el que Cattiaux se dedicó a reflexionar acerca de «lo nuevo» en la creación artística, aunque, como veremos más adelante, su intención no se agotaba ni se limitaba al mundo de las vanguardias artísticas, sino que abarcaba el conjunto del espíritu humano; pues como él mismo escribió:

La pintura, como las demás artes, también es un medio para descubrir los mundos que gravitan en nosotros y alrededor nuestro. Poner en circulación una obra de arte es una señal de reconocimiento destinada a reunir en una misma comunión a individuos que tienen una cultura y sensibilidad idénticas. El destino de la obra de arte es, pues, permitir que la humanidad media entre en relación con la esencia oculta de los seres y de las cosas.

En este fragmento, Cattiaux, se refiere a la obra de arte creada por el auténtico artista, aquél que contempla directamente los mundos que gravitan en su interior y a su alrededor. Una realidad «otra» que sólo él contempla y que, por lo tanto, es el único que puede dar testimonio de su existencia. Cada vez que un genio alcanza a observar aquello que normalmente no es percibido y lo manifiesta al exterior, está generando algo «nuevo», pese a que lo que observa sea tan «antiguo» como el mundo mismo.
Estaríamos hablando de una sapiencia, la de los artistas y de los santos, más próxima al saber inductivo y a la analogía que al saber lógico y deductivo, comúnmente asimilado al concepto de sabiduría. El saber del verdadero creador no nace de la inteligencia que especula, sino de la que sabe por su experiencia o, más exactamente, por la conciencia de su experiencia. Por mucho que se intente, desde el pensamiento lógico no es posible explicar la sabiduría de los artistas auténticos; dicha imposibilidad confirma la evidencia de que el objeto de conocimiento es distinto. Como si se percibieran visiones diferentes mirando lo mismo. Tampoco la perspectiva de la visión es igual. Así, lo que para uno es motivo de estudio y análisis, para el otro es motivo de alabanza.
El saber del creador y del poeta se expresan por medio de las obras de arte, a través de su belleza, de su magia y de su misterio. Cattiaux utilizó de nuevo una cita de William Blake para manifestar lo que pretendía explicar: «La poesía, la pintura y la música son los tres poderes que el hombre tiene para conversar con el paraíso», identificando el paraíso con la «otra» realidad, que es el objeto del conocimiento, del saber y de la alabanza de los artistas.
Pero el caso de este autor es curioso y paradójico, puesto que cuando redactó la Physique et Métaphysique de la Peinture, poco tiempo antes de dejar este mundo, la pintura prácticamente no le interesaba. Así aparece explicado en una de sus cartas escrita en aquella época:

Me doy cuenta con terror de que las cosas del mundo ya no me interesan mucho, e incluso nada de nada y que sólo Dios y su misterio de vida me apasionan verdaderamente; digo con terror, pues incluso la pintura se ha vuelto una carga para mí y sólo la contemplación del Único me atrae y me proporciona el descanso y la alegría; es cierto que ya ni siquiera puedo pintar [...] ¿Cómo puedo decir esto a mis parientes o a mis amigos sin escandalizarlos por completo? Ya es bastante terrible sentir sobre mí el peso de su reprobación muda u oír sus reproches o sufrir sus consejos. Me gustaría complacerles trabajando como todo el mundo y triunfando, como dicen, pero mi naturaleza se opone a ello absolutamente y no tengo valor para violentarme en este mundo lleno de violencia y de muerte. No es que crea que la búsqueda del Señor se antepone a todo lo demás: lo siento, lo sé y lo veo con mis ojos abiertos en el mundo que me rodea, y él está aquí y me responde a través del velo delgadísimo que aún me separa de su secreto; es enloquecedor, la tentación se vuelve loca y hay que ser como el diamante para no ser pulverizado.

Corría el año 1950, Cattiaux estaba terminando su obra cumbre, Le Message Retrouvé, en el que, en tres o cuatro páginas, condensó las ideas básicas de la Physique et Métaphysique de la Peinture. Sus antiguos amigos, poetas y pintores, desaparecieron poco a poco de su entorno, pues su vida se hallaba entonces totalmente abocada a la búsqueda de la contemplación del Único, lo que Blake había denominado «conversar con el paraíso». Su arte encontró lo que buscaba... ¡pero aquello tenía muy poco que ver con la estética!
Un poco antes, a mediados de 1949, Cattiaux había entablado nuevas amistades. Entre ellas, la que sin ningún genero de dudas se convertiría en la más importante, casi exclusiva, fue su relación con la familia de Pallandt, es decir, con la familia van der Linden d’Hooghvorst. Sus antiguos amigos se apartaron de su «locura» sin sospechar el secreto que escondía. El barón d’Hooghvorst, el mayor de los hermanos, recordaba como, al final de su vida, Cattiaux repetía esta sentencia de Rumi, el gran maestro sufí: «No pido más que un campo donde la locura pueda retozar libremente».
La relación de Cattiaux con los d’Hooghvorst fue breve, pero de una inusitada intensidad. Se desarrolló a lo largo de poco más de cuatro años, pues en el verano de 1953, el pintor y poeta abandonó súbitamente este mundo, «desapareció un día, como Merlín disuelto por el hada Viviana». Se fue, pero no dejó solos a sus nuevos amigos, les legó Le Message Retrouvé donde se albergaba su espíritu generoso y se revelaba su saber «loco».
En aquel momento Emmanuel d’Hooghvorst tenía treinta y nueve años y su hermano, Charles, diez años menos, estaban muy unidos y compartían el mismo sentimiento de amistad hacia Cattiaux. El mayor señalaba el camino y el menor le seguía y le acompañaba. A partir de entonces y durante toda su vida, ambos hermanos se dedicaron a comentar y a difundir las enseñanzas de su amigo. Charles d’Hooghvorst se refiere a ello en la presentación de los escritos de su hermano:

Tal ha sido la paciente búsqueda del barón d’Hooghvorst, sabio erudito en las Letras antiguas, al escudriñar las palabras de las Escrituras santas y sabias cuales estuches sellados. ¿Habrá reencontrado su llave mágica que desvela el secreto del Hombre sepultado? Pues ciertamente se trata del misterio de la Naturaleza y del Hombre concretamente, y no de una erudición exterior y especulativa. En esta escuela de Hermes nacen los poetas. [...] Louis Cattiaux se marchó discretamente en 1953, ignorado por sus contemporáneos, pero nos ha dejado su prodigiosa herencia. Los escritos de Emmanuel d’Hooghvorst, que ofrecemos para la meditación de los enamorados de la santa Palabra, son un comentario iluminado de dicha obra [Le Message Retrouvé].

Después de la desaparición de Louis Cattiaux, los d’Hooghvorst emplearon todos los medios a su alcance para que fuera publicada la edición completa del Message Retrouvé. En la primavera de 1956, tras largas y costosas negociaciones, apareció la versión definitiva. Con ese motivo, escribieron juntos una presentación destinada a reemplazar la firmada por Lanza del Vasto, realizada once años antes, cuando el mismo Cattiaux se autoeditó la primera parte del Message Retrouvé. En una de sus cartas escribió:

Respecto a Lanza, ¡ahora entendéis el drama! Sois vosotros, Emmanuel y tú mismo, (Charles) quienes habéis recogido Le Message Retrouvé, que él no ha querido, y lo presentaréis en su lugar pues ha tenido miedo de dejar de ser el Maestro. Tendrá que renunciar a los discípulos voluntariamente, en vez de esperar a que los discípulos renuncien a él.

Esta introducción abre la obra que el lector tiene entre sus manos, en ella se han recogido también otros trabajos publicados por Emmanuel y Charles d’Hooghvorst directamente relacionados con Le Message Retrouvé.
Los textos que presentamos representan una parte muy pequeña de la extraordinaria batalla librada por los hermanos d’Hooghvorst para que la herencia que habían recibido no quedase enterrada bajo la losa de la indiferencia y la ineptitud de la cultura occidental. Al igual que Christian Rosenkreutz, cuando llegó a España lleno de una nueva sabiduría, ellos alimentaban «la esperanza de que los hombres de ciencia de Europa le acogerían con una profunda alegría y, a partir de entonces, cimentarían todos sus estudios sobre tan seguras bases».
Por eso, puede causar extrañeza el comprobar que no han sido muchos los escritos de los hermanos d’Hooghvorst directamente basados sobre Le Message Retrouvé, la obra que, sin ninguna duda, cambió sus existencias. En realidad, Charles y Emmanuel d’Hooghvorst leyeron y estudiaron el libro diariamente, a lo largo de toda su vida, aunque sus escritos y ensayos los dedicaron a profundizar en el legado filosófico y espiritual de las distintas tradiciones para compararlos con las palabras de Cattiaux.

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En 1954, el barón d’Hooghvorst escribió: «No hemos hecho nada más que rendir testimonio de lo que hemos leído y oído». Él, su hermano y también el resto de su familia, habían «leído y oído» algo «inconmensurable», pero tan alejado de lo común, que sólo podía ser considerado como «increíble». Lo encontraron, no lo buscaron. Aquellos jóvenes aristócratas fueron los depositarios de un tesoro al que difícilmente alguien hubiera prestado atención debido, sobre todo, a las peculiaridades del cofre que lo contenía. «Hemos tomado el hábito del charlatán —escribió el propio Cattiaux—, pues el desprecio desinteresado del mundo es menos duro de soportar que su admiración interesada» (MR 23, 61). Algo insólito había irrumpido en sus vidas y ya no pudieron actuar de otro modo. En cierto sentido, podría compararse lo que les ocurrió con lo que el apóstol Pablo escribió acerca de su misión: «Si anuncio el evangelio [la buena «nueva»], no tengo de qué jactarme, porque me es impuesta necesidad» (I Corintios 9, 16).
Para los hermanos d’Hooghvorst, Le Message Retrouvé fue mucho más que un libro, fue su compañero indefectible, su guía y su oráculo.
¿Qué puedo decir del Message Retrouvé —se preguntaba Emmanuel d’Hooghvorst en 1978—, yo que lo leo desde hace treinta años y que siempre lo encuentro nuevo? Es un vademécum, el de los exiliados, la brújula de los que están extraviados, el compañero del peregrino.
Asimismo, su hermano afirmaba que quien lo leyera sin perjuicios: «comprenderá con gran asombro que este Mensaje le está personalmente dirigido, que se dirige a su ser más profundo», a lo cual cabría añadir lo que está escrito en el propio Message Retrouvé: «Lo que dice el Libro es grande, pero lo que induce en cada uno de nosotros es inconmensurable» (MR 19, 3).
Una joya de inmenso valor había sido depositada entre sus manos. La mostraron a sabiendas de que serían tomados por sectarios y locos, pero no podían hacer otra cosa, así pues, se arriesgaron a soportar el escándalo que provoca en el mundo el hecho de «creer lo increíble». Por un misterio inescrutable, los d’Hooghvorst reconocieron un tesoro allí donde los demás sólo vieron una farsa o en el mejor de los casos, un error.
El tesoro era el de la sabiduría nacida de una experiencia. A ella aludieron en su presentación a la primera edición completa publicada por la editorial Denoël: «La sabiduría es tan escasa en el Tíbet como en París, decía Louis Cattiaux. Sin embargo, puede florecer en todas partes sin que nadie se dé cuenta». Con estas palabras estaban parafraseando dos versículos de Le Message Retrouvé: «La cepa ha florecido, la flor ha dado su perfume y el fruto ha madurado pesadamente sin que nadie lo sospeche» (MR 23, 40) y «la antigua cepa reflorecerá secretamente y manifestará su fruto santo en un mundo reconciliado» (MR 15, 25).
Pero, ¿cómo puede transmitirse una «nueva» expresión de la «antigua» sabiduría a quien no la intuye ni la presiente y, por consiguiente, a quien no la necesita ni la desea? Tal es la contradicción y el enfrentamiento de los santos artistas con el mundo y esto fue con lo que, indirectamente, se encontraron los d’Hooghvorst. Cattiaux ya lo había previsto, por eso escribió: «Es duro creer sin haber visto y, sin embargo, ¿quién puede ver sin haber creído locamente lo increíble?» (MR 17, 2). Y en la dedicatoria del libro también se refiere a ello con claridad: «Este libro no es para todos, sino sólo para quienes les es dado creer lo increíble».
Los textos que aquí presentamos pretenden desarrollar el amplio sentido de la frase que abre Le Message Retrouvé: «Creer lo increíble». Increíble no es, o no debería ser, sinónimo de imposible. Lo imposible es una negación objetiva, lo increíble, es subjetiva, pues no desdice la posible existencia ni la verdad de lo que se postula, simplemente se cuestiona el origen del universo imaginario del sujeto que cree. Lo increíble no puede ser concebido por unas determinadas capacidades mentales, ni inferido de una reflexión. Lo increíble aparece inesperadamente en la conciencia, no procede de ella, por lo cual jamás es el fruto de una deducción. Obligatoriamente, lo increíble es algo que «es dado». El barón d’Hooghvorst lo aclara cuando precisa que creen porque «han recibido el don del cielo de poder creer lo increíble». El mismo Cattiaux escribió lo que sigue: «incluso los creyentes han dejado de creer que Dios aún es capaz de hablar directamente a sus hijos» (MR 19, 48). Pero, el hombre del siglo XXI, ¿qué atención puede prestar a algo que no emane de su voluntad ni de su inteligencia?
Como se refleja en la historia de las religiones, o en la historia del arte, cuesta de admitir en el presente lo que parecía creíble en tiempos pasados. Comentar un milagro ocurrido en la Edad Media, incluso una visión, parece menos controvertido que referirse a uno acaecido ayer, como si su ubicación temporal los hiciera distintos. Así, como ya se ha comentado a propósito de la creación artística, lo «increíble» se relaciona siempre con lo «nuevo». El libro de Cattiaux parece «increíble» porque es «nuevo»; su credibilidad se cuestiona esencialmente por este simple hecho. El propio título del libro incide en este aspecto: Le Message Retrouvé, es decir, «el mensaje encontrado de nuevo», aunque quizá sería más correcto variar las señas tipográficas de la manera siguiente: «el mensaje encontrado de nuevo»; a fin de resaltar la importancia del mensaje como tal y no su novedad.
Sin embargo, la «novedad» vivifica el «mensaje», pues lo contrario significaría un mensaje muerto en la letra. Lo «nuevo» en la historia de la religiones no es otra cosa que lo más «antiguo», es decir, el retorno a las fuentes originales para enderezar lo que se había torcido y «reencontrar» aquello que se había perdido.
En sus escritos, Emmanuel y Charles d’Hooghvorst han insistido siempre en que el mensaje de Cattiaux no era otro que el mensaje de Hermes, el mítico inventor de la alquimia, la agricultura y la escritura. En 1951, el mayor de los hermanos escribió: «¿Acaso una rama de la antigua ciencia de Hermes vuelve a florecer, solitaria, en una pequeña tienda de la rive gauche?», y en este mismo sentido su hermano escribió en 1999: «Le Message Retrouvé... siempre vuelto a decir por los adeptos de Hermes y por los profetas desde el alba de la humanidad».
En la mitología griega, el dios Hermes personificaba el mensaje de los dioses; Eustacio explica la etimología del nombre del dios de la siguiente manera: «Hermes: aquel que dice, es decir, el que aporta el mensaje de los dioses». El hermetismo sería pues «la palabra o el mensaje» de los dioses, siempre el mismo, pero siempre «nuevo»; es decir, reencontrado en cada época y en cada contexto.
Al estudiar las influencias del hermetismo antiguo en los escritos del gran místico persa Sohravardî, Henry Corbin se dio cuenta de que la cuestión a dilucidar era, una vez más, la relación entre lo «antiguo» y lo «nuevo», de manera que sus reflexiones se centraron en el siguiente presupuesto:

Se abusa con demasiada facilidad del término «sincretismo», utilizado con frecuencia a modo de argumento para desautorizar algún generoso proyecto de poner de nuevo en presente doctrinas que se suponían pertenecían a un «pasado irrecuperable». Ahora bien, nada es más fluctuante que esa noción de «pasado», que depende en realidad de un presupuesto o una decisión siempre susceptible de ser superada por otra que vuelva a dar porvenir a ese pasado. Ésta es un poco, a lo largo de los siglos, la historia de la gnosis. La instauración por Sohravardî, en el siglo XII, de una «teosofía oriental» no ha escapado a este juicio tan sumario como superficial, dictado por quienes sólo pudieron tener un conocimiento precario y superficial de la obra de Sohravardî. De hecho, como en cualquier otra sistematización personal, se encuentran en ella elementos materialmente identificables [...]. Pero la ordenación de estos materiales en una estructura nueva está regida por una intuición central tan original como constante.

Difícilmente se podría expresar mejor el sentido de la «re-novación» o estructura «nueva», pero al lector de este filósofo de las religiones le correspondería hacerse la siguiente pregunta, ¿a qué se refiere Corbin con una «intuición central»?, ¿qué muestra y qué esconde con estas palabras? A menudo, al leer este fragmento u otros parecidos de Corbin, nos asalta la tentación de creer que ocultan mucho más de lo que explican. Quizá sea la historiografía del arte la que más haya profundizado en el misterio de la «intuición central», puesto que el arte no puede existir sin ella. La «intuición central» es el origen de toda creación genial.
Antes hemos apuntado que al final de su vida Cattiaux casi abandonó la pintura para dedicarse en cuerpo y alma a la redacción de Le Message Retrouvé, pero no hemos dicho que renunciara al arte, sino todo lo contrario. Sin embargo, el arte que le ocupaba no es el que puede verse colgado de las paredes de los museos. El arte que había seducido el corazón de Cattiaux, incluía todas las artes particulares y se unía con lo más profundo de la tradición sagrada.
Siguiendo la vía del arte sería posible llegar hasta el origen del saber gracias a la «intuición central» de la que habla Corbin. Este camino estaría descrito en Le Message Retrouvé con las siguientes palabras: «Hay que tener un don genial para ejercer las bellas artes en este mundo. Y hay que tener un don angelical para rogar y alabar al Señor del cielo y de la tierra. Pero hay que tener un don divino para practicar el gran ARTE del Todopoderoso aquí abajo» (MR 35, 43).
En un breve poema, que sirvió para introducir la tercera edición del libro de su amigo, Emmanuel d’Hooghvorst se preguntaba: «¿Qué es este mensaje en este mundo alojado?» y a continuación, respondía: «el Arte leído en este siglo». ¿De que arte se trata? Podríamos cuestionarnos. Y sin dudar responderíamos que se trata del Arte de Dios. Arte que el mismo autor describió admirablemente en un artículo dedicado a la poesía de Virgilio:

Esta poesía anuncia un XE "arte"arte todavía más noble que sólo encuentra su justificación en sí mismo en la gratuidad de un eterno reposo: es la fiesta en la que el rey púber se divierte y ríe en su Olimpo, tal es el XE "Gran Arte"Gran Arte al que aspiran, mediante las operaciones de la Gran Obra, los sabios quymicos.

En Le Message Retrouvé está escrito: «Las artes de los hombres bien pueden distraernos y consolarnos aquí abajo. Sólo el Arte de Dios puede liberarnos de la infamia putrefacta del pecado de muerte» (MR 22, 48). Cuando Cattiaux alude al Arte de Dios se refiere a la sabiduría hermética o alquimia. En su obra no menciona estas palabras, aunque siempre están presentes. En cambio, en sus apuntes personales están explicadas con claridad:

La palingenesia es el término más elevado de la alquimia, como la crisopeya es el más bajo. Es la llave de oro que abre el secreto tradicional, que es la regeneración de la creación caída [...]. No hay que confundir la alquimia con la crisopeya, pues la alquimia, que es la práctica del hermetismo, es la ciencia total del ser, mientras que la crisopeya no es más que la parte que concierne a los metales. El hermetismo es el nudo mismo de la tradición, por eso se puede incorporar a todos los aspectos de la tradición, representados por las diferentes religiones.

La alquimia trata de una sabiduría que irradia al exterior una experiencia interior y secreta, que no existe sin la conciencia especifica de la existencia particular, es decir, sin que sea constantemente renovada.
Así pues y en primer lugar, la philosophia o sciencia perennis se halla en la unión del corazón del hombre con el espíritu universal y libre, puesto que cuando se encierra en libros, como conceptos definidos, o en ritos, como prácticas soterológicas, es como si se interrumpiera la sabia que alimenta su perennidad.
Charles d’Hooghvorst se refiere a esta experiencia vivificante cuando explica cómo escribía Cattiaux los versículos del Message Retrouvé:

Los versículos surgían en cualquier momento del día, transcritos inmediatamente en el primer trozo de papel que encontraba. Era como el choque de los múltiples acontecimientos de la vida cotidiana con alguna misteriosa realidad secreta que era el único en contemplar. Nada hay aquí de especulativo ni abstracto sino realmente una experiencia encarnada.

Asimismo, en un artículo en el que analizaba la siguiente sentencia de Cattiaux: «El oro que dormita en el barro es tan puro como el que brilla en el sol» (MR 2, 21), el barón d’Hooghvorst definió con estas palabras el sentido de la filosofía que subyace en la alquimia, entendida como el Arte de Dios:

Es una escuela filosófica que no admite más que la XE "experiencia"experiencia sensible como criterio de verdad. El XE "alquymista"alquymista quiere tocar para saber. Que esta XE "experiencia"experiencia sea de naturaleza secreta no desdice en nada el carácter sensualista de tal filosofía, la más antigua y materialista del mundo; la más antigua efectivamente, pues hasta hoy ha sido imposible determinar sus orígenes históricos; la más materialista, también, puesto que no se basa más que en el testimonio de los sentidos. Es una XE "enseñ anza"enseñanza enigmática, tal vez, pero que jamás ha variado en el curso de la historia. La unanimidad de todos los maestros nos parece que es la XE "prueba"prueba de una experiencia común.

Muchos artistas se han acercado al Arte de Dios, pero pocos han llegado, como Louis Cattiaux, a identificar claramente su origen y entregarse a él. Emmanuel d’Hooghvorst definió Le Message Retrouvé como «un mensaje profético», puesto que la profecía no es extraña al Arte de Dios, antes al contrario, son las dos caras de la misma moneda. Tal afirmación necesita ser explicada. En la tradición musulmana, por ejemplo, se ha tratado con profundidad la relación entre la alquimia y la misión profética. En este sentido es célebre el hâdit atribuido al primer Imam, ‘Alî ibn Abî Tâlib, y que se refiere a la pregunta que le hicieron sus discípulos acerca de la autenticidad de la alquimia:

Me estáis preguntando sobre la hermana de la profecía y sobre lo que constituye la integridad de la nobleza humana. ¡Pongo a Dios por testigo! Ciertamente, la alquimia existió y existe ahora. No existe nada sobre la tierra, ni árbol ni mota de arcilla, ni ninguna cosa que no saque de ella su origen o derive parcialmente de ella.

Para dar a conocer un libro tan original, los hermanos d’Hooghvorst no sólo tenían que publicarlo, lo que hicieron junto con su familia, sino que también debían comentarlo, y así lo explica Emmanuel d'Hooghvorst en una carta dirigida a su hermano y fechada el 20 de abril de 1974:

Cada vez soy más consciente de que no es suficiente con difundir el libro, si no se difunde de modo paralelo una enseñanza teórica que le corresponda. Por eso he escogido el hebreo, la enseñanza de los rabinos me ha parecido la más apropiada para hacer comprender y apoyar a la del Message Retrouvé. Es mucho trabajo, un trabajo que me gusta pero que a menudo es duro. Además la enseñanza del hebreo es un excelente método para eliminar a los perezosos y a los que quieren aprovecharse sin esfuerzo del trabajo de otros, puesto que el estudio previo de la gramática conlleva una selección radical. [...] Los textos rabínicos confirman de un modo tan completo, tanto Le Message Retrouvé, como lo que nos decía Cattiaux, que verdaderamente se trata de la misma cadena que se reanuda a través del tiempo. Tampoco es de extrañar que las enseñanzas del hermetismo parezcan idénticas, yo mismo lo he experimentado a menudo.

Habían transcurrido más de veinte años desde su primer encuentro con Cattiaux. Las turbulencias provocadas por las primeras reacciones en contra se habían suavizado y los d’Hooghvorst se disponían a reeditar el «nuevo» mensaje. Fue en las enseñanzas de los maestros de la cábala, tanto judía como cristiana, donde encontraron los argumentos más convincentes para demostrar la autenticidad del «mensaje» alquímico que contiene Le Message Retrouvé. Por eso, Emmanuel d’Hooghvorst, escribió: «no hay XE "cá bala"cábala sin quymica [alquimia], ni quymica [alquimia] sin cábala». Para legitimar el Arte practicado por Cattiaux les fue necesario precisar qué entendían por Arte hermético o alquimia. El barón d’Hooghvorst insistía en escribir alquymia y no alquimia, pues según él:

Hay dos químicas en un solo discurso, una es cabalística y la otra vulgar. La primera es verdadera, se escribe con Y; la otra se lee en dolo cornudo: como en un lugar de perdición, en ella los cuerpos se unen sin amor y no engendran nada. En cuanto a la verdadera, está viva, uniendo indisolublemente por buena boda dos cuerpos que se aman. De este modo se engendra la Piedra de los sabios o el Elixir.

Louis Cattiaux escribió en Le Message Retrouvé aquello que había contemplado: el engendramiento de la Piedra de los sabios o el Elixir, después, legó a sus amigos las palabras que describían este nacimiento filosófico.
Podríamos decir, aun a riesgo de caer en reduccionismos y simplificaciones, que la tarea de Cattiaux se terminó con el libro. Inmediatamente después comenzó la segunda parte de la historia, la que asumieron los hermanos d’Hooghvorst. Era necesario demostrar el libro, es decir, validar el saber que nació de la unión secreta del cielo con la tierra. «Demostrar el libro» para que pudiera ser conocido y para que el «mensaje» no quedase encerrado en la letra muerta.
Ahora bien, sería un profundo desatino inferir que todo conocimiento originado por una experiencia, procede de aquello que está más allá de la personalidad del individuo. No todas las manifestaciones de la psique son como la escalera de Jacob que une lo más alto con lo más bajo y por la que suben y descienden los ángeles de Dios, muy al contrario. La historia reciente demuestra que la inmensa mayoría de experiencias vividas por artistas y visionarios contemporáneos son simplemente sueños que se desvanecen como el humo que la madera húmeda desprende al arder.
No nos cansaríamos de citar fragmentos o capítulos enteros de René Guénon respecto a la confusión entre la tradición auténtica y «ciertas explicaciones psicológicas de las doctrinas tradicionales». Pensamientos y acciones nacidos, no de un impulso espiritual, sino de los mundos intermedios, que se apartan de la tradición primordial y que, incluso, pueden conducir a lo que el metafísico francés llamó, muy acertadamente, «la contra-iniciación». Los hermanos d’Hooghvorst en ningún momento olvidaron las advertencias de quien les había puesto en contacto con Cattiaux. Al contrario, consagraron su vida a evidenciar el vínculo que aunaba el «nuevo» mensaje reencontrado por Cattiaux con la philosophia o sciencia perennis; es decir, con la experiencia mesiánica que es el objeto del conocimiento de todos los sabios y profetas. Dicho en palabras de Lao-Tse: «Adhiriéndose al Tao del pasado [antiguo] dominarás la existencia del presente [nuevo]». Cattiaux al final de Le Message Retrouvé escribió: «Los que aman la antigua revelación también amarán la nueva. Los que entienden la nueva revelación también entenderán la antigua» (MR 40, 15).
Los ojos carnales o de la razón no pueden percibir la realidad sagrada. Según la terminología bíblica, son los sentidos circuncidados los únicos capacitados: «He aquí —se lamenta el profeta Jeremías— que sus orejas son incircuncisas y no pueden escuchar; he aquí que la palabra del IAVE les es cosa vergonzosa, no la aman» (6, 10), y en los Hechos de los apóstoles está dicho: «Duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, vosotros resistís siempre al Espíritu santo: como vuestros padre, así también vosotros» (8, 51). El poeta, loco y santo, contempla con «los ojos del espíritu y del corazón» la creación secreta y en ella, al Creador. Solamente desde este sentido interior es posible la concordia de todas las tradiciones auténticas.
Los autores de los textos que presentamos buscaron esta concordia para validar la experiencia de su amigo; pacientemente, la compararon con las enseñanzas de otras tradiciones siguiendo el camino que el mismo Cattiaux les había enseñado: «Confrontando las doctrinas de todos los libros santos se puede descubrir la verdad del Único» (MR 2, 82). Charles d’Hooghvorst lo explica así:

Si dudáis de lo que afirmamos aquí, tomaos entonces la molestia de examinar este mensaje renovado, si tenéis paciencia para ello y, dejando a un lado vuestros prejuicios, os daréis cuenta de que, en un lenguaje actual, lo que se expresa aquí es el eterno mensaje profético de los sabios de la humanidad. Sigamos, pues, sus huellas en el conocimiento del antiguo Egipto y en el de los padres del Taoísmo, en la sabiduría de la cábala hebraica, en los misterios de la antigua Grecia, en la gnosis del hermetismo cristiano y en la del Islam, en los arcanos de la Gran Obra de los filósofos.

Los d’Hooghvorst rastrearon las huellas de la enseñanza de Le Message Retrouvé a través de un fascinante viaje por distintas tradiciones o expresiones del mismo «mensaje» dictado por Hermes. Cattiaux inició este reto al añadir al principio y al final de cada capítulo o libro, citas extraídas de las Escrituras santas de todas las naciones. Dos breves fragmentos del Libro de los muertos egipcio, el Tao Te King, los Vedas, la Biblia, el Zend Avesta, el Tripitaka, los Libros de Hermes, el Corán, etcétera, abren y cierran el contenido de los cuarenta libros que forman Le Message Retrouvé.
Y aquí habría que diferenciar entre sincretismo y universalismo; es decir, no se trata de tomar fragmentos de varias religiones para hacer una unidad, sino creer que existe una única tradición que se halla en el origen de todas ellas, así, cualquier «nueva» vivencia espiritual se debería comparar y cotejar con la tradición universal buscando su unidad trascendente e inmanente.
Los hermanos d’Hooghvorst también buscaron validar el increíble mensaje renovado siguiendo la fe de sus antepasados; es decir, la fe en Jesucristo y en sus representes en la tierra, la Iglesia católica, apostólica y romana. Cattiaux escribió a este respecto: «Si no penetramos la enseñanza de nuestra fe, ¿cómo penetraremos las enseñanzas de las doctrinas extranjeras?» (MR 33, 25). Sin embargo, no fue una tarea fácil, pues según escribió Charles d’Hooghvorst: «Algunos lo encontrarán demasiado cristiano, mientras que otros, fieles a sus Iglesias, lo juzgarán extraño a su fe, es decir demasiado poco cristiano».
Como hemos dicho, Emmanuel y Charles d'Hooghvorst se abocaron a una ardua tarea, sino imposible. La Iglesia nacida de una «nueva» alianza, que concluyó la «antigua» alianza de Moisés con el Santo, bendito sea, en ocasiones parece reacia a aceptar la posibilidad de renovar el misterio que la fundamenta; es decir, reencontrar la buena «nueva». A pesar de ello, los hermanos d’Hooghvorst intentaron que fuera la propia Iglesia la que avalara y ayudara a trasmitir la enseñanza del Message Retrouvé. Charles d’Hooghvorst recuerda una anécdota muy ilustrativa al respecto:

En cierta ocasión me puse en contacto con el Obispado de Malines, y solicité audiencia con Monseñor Suenens. Cuando llegó el día se me hizo entrar en una sala, esperé, hasta que entró el obispo con aire aburrido. Se sentó y me preguntó con hastío: «¿De qué se trata?». Le presenté Le Message Retrouvé, rogándole que me diera su opinión acerca del libro. Lo cogió, lo abrió al azar y leyó en voz alta, en un tono aburrido y despectivo: «El espíritu se unirá primeramente al cuerpo para reanimarlo...», entonces se detuvo en seco y exclamó: «Pero, ¡esto no puede ser!, pero... a ver, ¿qué quiere decir esto?, ¡esto no significa nada! Tenga, váyase...» y así se acabó la conversación. Le dije: «¡Muchas gracias, Monseñor!», me tendió su mano y salí.

El obispo no se molestó en examinar la obra de un pobre artista para ver si contenía algo de valor. No lo creyó necesario, posiblemente desconocía los misterios de la cábala, donde el espíritu reanima el cuerpo, como las vocales permiten pronunciar las consonantes. Está escrito en el Evangelio según san Mateo: «Os tocamos la flauta, y no bailasteis» (11, 17).
El carácter historicista de la religión judeocristiana, la «historia sagrada» como ha sido llamada, acentúa más si cabe la diferencia entre lo «antiguo» y lo «nuevo», propios de toda tradición espiritual. Aunque, paradójicamente, también le confiere una perspectiva especial que permite la unión de los dos términos. En las religiones denominadas del Libro está implícita la idea de que dicho Libro está «escrito» pero también, y según una expresión cabalística, está «sobre la boca», es decir, pronunciado en el presente. Emmanuel d’Hooghvorst vindicó Le Message Retrouvé de muchas maneras, pero sobre todo, y como ya hemos apuntado, hizo especial hincapié en el doble aspecto de la Torá, el Libro revelado de los judíos, puesto que lo «antiguo» y el «nuevo» coexisten en ella, quisiéramos citar ahora un fragmento, algo extenso pero especialmente interesante, que Emmanuel d’Hooghvorst escribió al respecto:

Existe una Torá escrita y una Torá no escrita, la cual se llama «Torá sobre la boca». Es la tradición oral heredada también del Sinaí y que vivifica la Escritura dándole su sentido verdadero. Una es para la otra lo que el espíritu es respecto al XE "cuerpo"cuerpo de la letra.
Para comprender bien esto, es necesario cierto XE "conocimiento"conocimiento de las lenguas semíticas. En hebreo, por ejemplo, las vocales no forman parte del alfabeto, que está compuesto únicamente por consonantes. No obstante, un texto constituido sólo por consonantes permanecería impronunciable, sería un texto muerto, como un XE "cuerpo"cuerpo sin XE "alma"alma. Así, el lector vocaliza de forma instintiva el texto, sabiendo, por su XE "conocimiento"conocimiento de la lengua y el sentido general del contexto, los sonidos que debe atribuir a las diferentes consonantes [...].
Las consonantes han sido así comparadas al XE "cuerpo"cuerpo de la flauta de siete orificios, siendo las vocales como los dedos del músico que la anima con su soplo. Tratándose de signos auxiliares, las vocales nunca se emplean solas, sino que siempre acompañan a una consonante.
Según una antigua tradición, la vocalización que leemos en el texto bíblico es una vocalización para el tiempo del XE "exilio"exilio. Cuando venga el Mesías, habrá otras vocales, y el sentido del texto, permaneciendo igual en cuanto al cuerpo de la letra, será totalmente distinto en cuanto al sentido, y esto es la Torá sobre la boca o XE "cá bala"cábala: leer desde ahora lo que todavía está oculto y será revelado a todos sólo al XE "final"final de los tiempos.
Se ha comparado naturalmente la letra de la Escritura al XE "hombre"hombre mismo, pues una y otro tienen un cuerpo que puede estar muerto o vivo gracias al soplo que lo anima. En el tiempo del Mesías, el texto recreado con otras vocales resucitará, al igual que el XE "hombre"hombre. Esto es la creación del XE "hombre"hombre que va a la par con la del texto.
El Zohar es, en algunos pasajes, muy explícito al respecto: «Todas las letras son como un cuerpo sin XE "alma"alma. Cuando vienen los puntos que son el secreto del alma viva, he aquí que el cuerpo se endereza en su consistencia, y a propósito de esto, está escrito: “Y fue XE "Adá n"Adán en alma viva” (Génesis 2, 7). Y todo esto ha salido de un solo punto que es la sabiduría de arriba», es decir Keter elion o la “corona celeste”.

La Torá «escrita» y Torá «sobre la boca» son dos aspectos de una misma realidad. Una requiere de la otra para ser completa, como lo «antiguo» necesita lo «nuevo» y viceversa. Cuando san Pablo escribió: «La letra mata, mas el espíritu [el soplo] vivifica» (II Corintios 3, 6), reproducía el saber cabalístico, usando este término en el más amplio de los sentidos. Charles d’Hooghvorst complementó el comentario de su hermano al analizar las implicaciones de la afirmación paulina.

Si nos situamos en la mentalidad de la primitiva Iglesia cristiana, vemos que la letra representaba y designaba el texto del «antiguo» testamento, o sea, la Torá de Moisés y los libros de los profetas de Israel. Es, pues, la totalidad de la tradición judía la que aquí está en juego, debido a una época en que la revelación aportada por el Evangelio de Jesucristo se extendió por el mundo grecorromano, es decir, el mundo de los gentiles, extraño por completo al mundo de los hebreos. Esas gentes estaban dispuestas, por naturaleza, a abandonar y rechazar las Escrituras hebraicas, cosa que hicieron algunas sectas cristianas primitivas: debía bastar el espíritu aportado por el Evangelio, literalmente «buena nueva».
Sin embargo, la Iglesia cristiana, siguiendo a san Pablo y a los primeros padres de la Iglesia, nunca ha cedido a esta tentación y ha conservado los libros de la Torá de Moisés y de los profetas como parte integrante del patrimonio cristiano. [...]. Pero, entonces, ¿por qué dice san Pablo que la letra mata?

A dicha pregunta, evidentemente retórica, el mismo autor contesta lo siguiente:

Si se lee el «antiguo» testamento bajo la óptica mesiánica, se está leyendo el «nuevo» testamento; pero si se leen los Evangelios con el corazón de los escribas y fariseos, se está leyendo el «antiguo» testamento, es decir, la ley, la letra muerta.

No sería demasiado problemático constatar una profunda experiencia espiritual en Le Message Retrouvé, pero los hermanos d’Hooghvorst no se conformaron con esta definición y procuraron evidenciar que en el libro de Louis-Ghislain Cattiaux había algo más: se trataba de un «mensaje profético», o dicho de otro modo, de una enseñanza «sobre la boca», es decir, «nueva». Increíble afirmación. Emmanuel d’Hooghvorst, consciente de su alcance, escribió: «Por lo general ya ni sabemos qué es un profeta y cuál es su misión. Incluso quizá el mero hecho de mencionar esta palabra hará sonreír. No tenemos que convencer a nadie».
Pero, ¿ qué sentido tiene referirse a los misterios de la profecía al tratar de Le Message Retrouvé? Simplemente se debería responder que su autor fue alguien que practicó el Arte de Hermes, y a la luz de este Arte enigmático se desvela el misterio central de todas las tradiciones. Un fragmento epistolar de Cattiaux a sus amigos lo plantea claramente:

Gracias a la luz de la santa ciencia de Hermes, penetrarás poco a poco en el misterioso y oculto significado de la vida y pasión del Señor Cristo, y aprenderás lo que es en verdad y lo que son el pan y el vino de la comunión de vida, el cuerpo y la sangre de la resurrección, pero es preciso orar para que Dios te ayude a superar los símbolos y las imágenes con los cuales la cristiandad entera parece chocar ciegamente y a las que se aferran con obstinación, sin voluntad de ir más allá, hasta la verdad sustancial y esencial.

Emmanuel d’Hooghvorst explicaba que, en cierta ocasión, poco antes de dejar este mundo, Cattiaux, quiso destruir Le Message Retrouvé porque lo encontraba demasiado claro, sin embargo, quien lo lea por primera vez probablemente pensará: «¿demasiado claro?, ¡pero si es incomprensible!»
Quizá Cattiaux temiera que su obra desvelara con demasiada indiscreción algunos de los profundos misterios de los inmortales. Pero lo sorprendente es que cuando Emmanuel y Charles d'Hooghvorst leyeron los versículos del Message Retrouvé no les fueron extraños; muy al contrario, en ellos reconocieron, sin duda con la ayuda de Dios, lo que habían buscado desde siempre, es decir, su propia identidad. Al principio de este prólogo hemos advertido que los textos que se presentan son la historia de una amistad que superó el mundo de los mortales y llegó a formar parte de las gestas de los héroes. En la íntima unión del corazón de unos amigos se manifestaron al mundo los secretos de la creación.

Los textos que a continuación se presentan no son ni una crónica ni constituyen un corpus doctrinal, nada más lejos de nuestro propósito y creemos que de la intención de los hermanos van der Linden d’Hooghvorst. Se trata de una serie de documentos de formatos muy diversos que, en su conjunto, permiten comprender mejor qué es Le Message Retrouvé de Louis Cattiaux. Probablemente, el valor de esta recopilación se halle en la posibilidad de cotejar los textos entre sí. Las circunstancias que acompañan a cada uno de ellos son tan importantes como los propios «textos»; la historia es muy elocuente si se medita. Para mayor claridad del lector y a fin de situar estos artículos en su contexto, hemos redactado para cada uno de ellos una pequeña presentación a la que hemos dado el nombre de «nota de introducción». Pero aun más interesante que el «contexto», es el «pretexto» de nuestros dos autores. Cada ocasión que propició el que Emmanuel y Charles d'Hooghvorst disertaran sobre el libro de su amigo, les obligó a incidir en algún aspecto del mismo que quizá en otro lugar había quedado menos patente y al revés.
Los d’Hooghvorst dedicaron su vida al estudio y a la difusión de Le Message Retrouvé; lo hicieron con inteligencia y sutileza, sin sombra de sentimentalismo ni, por supuesto, de fanatismo. Al escribir estas líneas, lo hacemos con el íntimo convencimiento de que en el origen de su amistad con Cattiaux hubo «algo» —que no nos atrevemos a identificar— que desencadenó la vocación tan intensa e inalterable que la familia d’Hooghvorst mantuvo con Le Message Retrouvé; pues, al fin y al cabo, fue el libro y no la persona quien les unió. El propio Cattiaux escribió al respecto: «nuestra individualidad temporal no ha de ser un obstáculo para nadie, ya sea rechazándole, ya sea atrayéndole» (MR 23, 2).
«Inconnu. Incroyable. Incarné. Impassible» (MR 29, 44).

Lo bello y lo sublime, Espasa-Calpe, Madrid, 1972, p. 18
MR abreviatura de Le Message Retrouvé, citado así a partir de aquí.
El Hilo de Penélope, p. 177.
Ibídem.
Infra, p. xxxx.
Física y Metafísica, p. 76.
Ibídem, p. 41.
Física y metafísica de la pintura, Arola editors, Tarragona, …
Ibídem, pp. 41-42.
Física y m. p. 32. La frase de Blake se encuentra inscrita en el grabado titulado, The Laocoon and his two sons Satan and Adam (c. 1820).
Florilegio, p. 71; § 82.
Véase los versículos 22 a 34 del libro 22 del Message Retrouvé.
Véase MR 39, 20.
Infra, p. xxxx. Véase Physique et Métaphysique de la Peinture, p. xxx.
Véase infra, p. xxxx.
El Hilo de Penélope, pp. 12-13.
Véase infra, p. xxxx
Fragmento de un carta de Cattiaux a Charles d’Hoogvorst.
Fama fraternitatis, Obelisco, Barcelona, 1993, p. 31.
Se han reunido los textos de Emmanuel d'Hooghvorst en los dos volúmenes de El Hilo de Penélope y los de Charles d'Hooghvorst en El libro de Adán. [referencias?]
Infra, p. xxxx
Infra, p. xxxx
Infra, p. xxxx
Infra, p. xxxx
Cf. MR 29, 33.
Infra, p. xxxx
Infra, p. xxxx
Infra, p. xxxx
Citado por A. Lynxe, «El Maestro Hermes», en Hermes Trimegisto, colección La Puerta, Arola, Tarragona, p. 65.
El hombre de luz, p. 31.
Infra, p. xxxx
El Hilo de Penélope, p xxxx.
Infra, p. XXX
Infra, p. xxxx
El Hilo de Penélope, p. 321.
Citado por H. Corbin, Alchimie comme art hiératique, L’Herne, Paris, 1986, p. 30.
El Hilo de Penélope, t. I, p. 317.
Le Fil de Pénélope, t. II, p. 161.
Cf. Génesis 28,12.
Recurrimos a El reino de la cantidad y el signo de los tiempos, pp. 240 y ss., pues será citado por E. d’Hooghvorst en “EL Mensaje profético de Louis Cattiaux”, véase infra XXX.
E. d’Hooghvorst conocen la obra de Cattiaux por una reseña de Guénon; cf. infra, p. XXX
Citado W. Perry, Tesoro de sabiduría tradicional, Olañeta, Palma de Mallarca, 2000, p. 289; véase también las citas que acompañan este fragmento.
Infra, p. xxxx
Infra, p. xxxx
«Primero, el Espíritu Santo se unirá al cuerpo para reanimarlo; luego, el alma divina unirá estos dos en el esplendor para glorificarlos en el seno del Señor magnífico» (MR 17, 58).
Zohar Jadach, 73c.
El Hilo de Penélope, p. xxxx
El Libro de Adán, p, xxxx
Infra, p. xxxx
Florilegio § 180.