PREFACIO Yo, hermano Basilio Valentín, monje profeso de la orden de San Benito, te propongo desde el principio amigo lector, una breve advertencia concerniente a lo que debe conocer previamente el espagirista que busque con escrúpulos el verdadero Arte. Así el espagirista que desee poseer de manera muy segura este Arte hermético, considere esto con mucha profundidad y una muy alta inteligencia. En efecto, si lo que voy a exponerle fuera menospreciado, obraría muy ciertamente en vano, porque estas cosas deben ser observadas como sigue. En esta consideración he encontrado cinco cosas principales que todos los verdaderos filósofos y amantes de las ciencias deben observar. Es preciso que un verdadero químico y verdadero alquimista considere estos cinco puntos y los conozca perfectamente. Porque sin éstos no puede ser perfecto y no puede adquirir nunca la gloria de un verdadero espagírico. Discurramos en particular estas cosas para producir una obra en general perfecta y útil a todos. La invocación de dios se debe hacer por medio de una evocación celeste, de un corazón puro y de una conciencia no falseada, sin orgullo ni hipocresía, ni otros vicios tales como la soberbia, la arrogancia, las maneras mundanas, el lujo, la vanidad, la opresión del prójimo y otras tiranías y abusos de este género. Todos estos vicios deben ser extirpados del corazón y purificados, a fin de que si se quiere llegar al trono de la Gracia para la salud del cuerpo, después de haber separado el grano bueno de la cizaña, sea dispuesto un templo sagrado y decorado lo mejor posible. Porque os digo en verdad que dios no se deja engañar como imaginan los seudo sabios y eruditos de este siglo, sino que quiere ser invocado y reconocido como el creador de todas las cosas del mundo por un reconocimiento y una obediencia recíprocos. Lo que es justo y razonable, porque el hombre no tiene más que lo que ha querido darle por su bondad infinita. Le ha dado el cuerpo, la vida, el espíritu para obrar en este mundo y el alma muy noble. Y para la conservación de esto, nos ha dado por su gracia el verdadero y eterno Verbo divino, para alimento del alma espiritual y para su felicidad eterna. Ha dispuesto para el mantenimiento del cuerpo todo lo que le es necesario, el alimento, la bebida, los vestidos, los zapatos, todas las cuales dan al que le invoca con sinceridad, humildad y de lo más profundo de él mismo, el ancianísimo Padre que ha creado el cielo y la tierra, y todas las cosas visibles e invisibles, el firmamento, los elementos (los planetas) y todas las demás criaturas. Porque estoy seguro que ningún hombre impío y malvado podrá obtener la verdadera ciencia de la medicina y mucho menos gozará del pan celeste, verdad inmutable y dulce de la eternidad. Es por esto que siguiendo mi doctrina, es preciso primeramente que todos vuestros deseos y vuestras esperanzas estén fundados en la voluntad del Creador, que pidáis su bendición eterna, a fin de que vuestros principios los toméis del temor de Dios y que por su asistencia podáis llegar al fin de la sabiduría que deseáis, porque el temor a Dios es el comienzo de la sabiduría. Los que tienen deseo e intención de obtener esta gracia que es la más grande del mundo -conocer todos los bienes de las criaturas que la bondad divina ha dado para la utilidad del hombre, y las virtudes admirables que residen en las piedras, raíces, simientes, bestias, minerales, metales y otros semejantes-, es preciso que alejen de su espíritu todos los pensamientos mundanos, soporten pacientemente las adversidades aguardando con esperanza en dios, orando con humildad que les otorguen el fin de sus deseos, lo que hará infaliblemente y de lo cual ningún hombre puede dudar y o desesperar. Porque es el Dios de Israel, que ha librado a su pueblo de las manos del Faraón, que resuelve todo lo que se le consulta con rectitud y buena intención. De manera que la ciencia no se puede establecer de otro modo más que de la invocación y la asistencia divinas, lo cual no debe hacerse con mala intención o corazón engañoso, sino buen capitán de Cafarnaum, con una esperanza firme y una fe constante, y como la Canaana hizo la salud de su hija. Y esto debe hacer por amor cristiano, lo mismo que el Samaritano encontró al herido sobre el camino de Jericó y vertió aceite y vino sobre sus heridas y le pidió que cuidase él mismo. Y cuando se invoque la ayuda divina, es preciso tener el deseo de la caridad cristiana de comunicar después a su prójimo lo que espera obtener por sus plegarias. Y por este medio, tendrá todo lo que desea y un fin seguro de sus esperanzas, tanto en la salud como en las riquezas. He ahí que es preciso de considerar después de la invocación de Dios, siendo esta consideración espiritual y celeste (también como la primera). Porque la contemplación de la condición de las cosas penetra por el pensamiento espiritual del hombre a lo más profundo de las esencias. Y todos los pensamientos son efectos de la especulación, de la cual hay dos clases. Una es de cosas posibles y otra de cosas imposibles. La de cosas imposibles produce pensamientos inútiles y superficiales que no pueden producir nada real por naturaleza y en los cuales no se puede escoger ninguna forma de esencia, como cuando uno desea profundizar en la eternidad del Señor, lo cual no solamente es imposible a los hombres, sino que también es una vanidad y un pecado contra el Espíritu Santo querer alcanzar la divinidad inconmensurable, infinita y eterna, y querer examinar los misterios incomprensibles de sus deseos. La otra contemplación de las cosas consiste en la posibilidad de éstas. La teoría no es otra cosa que la contemplación de las cosas visibles y palpables y que tienen una esencia formal y temporal; cómo se puede perfeccionar o resolver todo lo que cada cuerpo puede contener en sí o producir de útil, lo que contiene de bueno o de malo, veneno o medicina, y cómo separar lo que es bueno de lo inútil y contrario a la salud del hombre. Cómo es preciso hacer la anatomía de todas las cosas. Cómo es preciso dividir, romper, rectificar antes, a fin de que se puedan separar como sea necesario las impurezas de lo que es puro y neto. La cual separación se puede hacer por varios tipos de manipulaciones, con numerosas vías y medios: unas son comunes a la práctica, otras desconocidas y no vulgares, como cuando calcináis, sublimáis, reverberáis, circuláis, pudrís, digerís, destiláis, cohibáis, y fijáis. Las cuales operaciones se hacen unas después de otras, por grados en la práctica y se aprenden trabajando, y por medio de las cuales se puede conocer lo que es fijo y lo que no lo es, lo que deviene blanco, negro, rojo, azul o verde, y así el resto, en todas las operaciones donde los Artistas obran bien (según la naturaleza) y con buena consideración. Porque las operaciones donde los maestros obran así no pueden sino ser buenas, porque la opinión puede reposar sobre un mal fundamento y faltar en el caso donde no alcance la vía, pero la naturaleza no se equivoca jamás cuando es conducida correctamente por el que opera con ella. Es por ello que si habéis fallado en gobernar la naturaleza en la separación de sus partes, aprended mejor la teoría para hacer mejor el fundamento de vuestro Arte y tener los principios seguros para la separación o la resolución de las cosas, lo cual es el punto principal. Es por esto, que el segundo fundamento de la filosofía consiste en la consideración de las cosas singulares y de las esencias, y se le llama la consideración de la naturaleza. Porque está escrito: "Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia", etc. , por la invocación del nombre divino, y el resto será dado de aumento, es decir, los bienes temporales deseados por el hombre y lo que es necesario a la subsistencia y a la conservación de la salud.
Después de haber entendido bien, considerado todas las cosas en particular y penetrado las circunstancias susodichas, lo que no es nada más que la teoría, sigue el verdadero método de prepararlas, el cual se practica por operación manual, a fin de que se operen efectos reales, útiles y eficaces. Y por tales operaciones, adquiriréis la ciencia, los verdaderos fundamentos y los medios de los verdaderos medicamentos. Las operaciones manuales se hacen por una práctica continua. Y la ciencia se adquiere y tiene su gloria por la experiencia, con tal distinción que una se conoce antes que la otra por cierta facultad. Y la anatomía de las cosas es el verdadero juez de estas dos. Las operaciones manuales dan a conocer cómo todas las cosas (escondidas) se pueden volver manifiestas que notorias. La ciencia nos da la práctica y los verdaderos fundamentos para devenir buen practicante, y no es otra cosa que la confirmación de las operaciones manuales, cuando han procedido bien y descubierto los secretos de la naturaleza que estaban antes escondidos. Porque así como en lo que concierne a las cosas espirituales del alma se debe preparar el camino que lleva al Señor, así para estas cosas es preciso que un camino sea previamente preparado y abierto, a fin de que el buen sendero sea alcanzado y tomado para la salud temporal, sin vagar ni dar rodeos y de una manera aprovechable. Tal es la preparación. Después que los medicamentos han hecho su operación y son llevados a los miembros del cuerpo para combatir la enfermedad y hacer los efectos destinados, queda finalmente observar la utilidad o el perjuicio que tal operación habrá producido. Porque se pueden hacer medicamentos que operen más para el mal que para el bien, y en tal caso no son medicamentos sino venenos. Es por ello que es preciso remarcar bien este punto, y poner por escrito todo lo que se examine en lo tocante a la utilidad y perjuicio que los medicamentos hacen a los enfermos, a fin de que en casos semejantes se los pueda evitar. Además, para el uso y la utilidad, es preciso notar si el mal está abierto o si posee solamente una sede interna no abierta. En efecto, los males externos difieren de los internos, y sus remedios son diferentes. Es por esto que conviene buscar si los metales pueden ser cuidados por remedios puramente externos o si deben ser expulsados del interior. Porque si los males existen en el centro del cuerpo, es preciso atraerlos o calzarlos por algún remedio interior a la circunferencia o fuera, por lo que es preciso recetar tales medicamentos que puedan penetrar hasta el centro de la enfermedad, disipar las causas mortificar y restaurar enseguida la salud, si se viene hasta el centro. Notad que todas las enfermedades externas que tienen su origen en el interior y que se detienen en algunas partes no se deben curar por medicamentos externos, o de otro modo la muerte es segura. Lo mismo que si alguno quisiera rechazar hacia su centro las flores de una planta que están impelidas hacia el exterior, no solamente ningún fruto saldría de la flor, sino que el jugo, habiendo sido rechazado contra natura hacia el centro de donde había ascendido extrayendo su nutrición de la tierra, no sería ninguna utilidad para la planta, a causa de este violento rechazo. Además la planta se sofocaría completamente porque la humedad proveniente del alimento terrestre no podría rechazarse. Es por esto que es preciso diferenciar las heridas recientes exteriores de las úlceras de los tumores antiguos procedentes de alguna indisposición interna. Porque las heridas externas se pueden curar por medios tópicos y exteriores, pero las úlceras tienen necesidad de medicamentos internos para agotar el origen de tales enfermedades. No hay habilidad alguna en curar una herida reciente hecha por alguna causa externa. Porque un simple campesino la puede medicinar con un pedazo de tocino. Sino que el artificio consiste en impedir los síntomas que pueden llegar y en agotar el origen de los que proceden algunas partes internas heridas. Prestad atención todos vosotros, médicos y doctores que ejercéis la medicina sobre esta tierra. Maestros, maestros en una y otra medicina quiero decir la externa y la interna, reflexionad sobre vuestro título honorífico y en vuestra conciencia, examinad si le tenéis de Dios o si no es solamente de pura forma y usurpado por ambición. Porque hay una tan gran diferencia entre la medicina externa y la interna, tal como he indicado, como la hay entre el cielo y la tierra. Si tenéis vuestro título de Dios, entonces el Eterno os prestará asistencia, bendición y felicidad, salud y prosperidad y opulencia. Pero si es recibido y concebido por Dios y solamente vistas a saciar un exceso de orgullo, entonces caeréis de vuestra grandeza y os prepararéis vosotros mismos el fuego eterno e indecible del infierno. El Señor Cristo nuestro Salvador, dijo a sus queridos discípulos: "Vosotros me llamáis señor y Maestro, y hacéis bien". Así, cualquiera que quiera llevar legítimamente su título honorífico debe reflexionar a fin de obrar bien, es decir, de no abusar, de su título y de no sobreestimarlo ni jactarse de más cosas de las que ha aprendido. El que quiera tener reputación la reputación de doctor y maestro en una y otra medicina debe estar versado en una u otra, la del exterior, a fin de que sepa la disposición interna de los cuerpos, gracias a la anatomía, y de ahí que extirpe la enfermedad de no importa qué miembro y pueda saber indicar la razón, la causa y la manera con que se debe afrontar el mal; y exteriormente que pueda comprender los males abiertos y las heridas. ¡Dios mío! ¿Dónde se reconocería este título y dónde quedaría un maestro en una y otra medicina si se hiciera pasar un examen serio a la mayoría de los que lo llevan? Largo tiempo antes de mí y en los tiempos antiguos, los médicos cuidaban con sus manos las enfermedades, particularmente las externas, puesto que este oficio lo exige. Pero en nuestro siglo, alquilan criados y domésticos que ejercen la cirugía. Y así este arte muy noble ha devenido un vil trabajo que no pueden apenas tener vergüenza de cumplir los que no saben ni leer ni escribir. Más aún, los mismos que son capaces de hacer salir un asno de un campo labrado son ahora maestros de medicina externa -y los doctores médicos, sus discípulos- y ellos pueden ejercer más felizmente y con mejor conciencia este arte, por decir libremente la verdad, que tu "médico cirujano" ignorante que te glorificas de tus títulos adquiridos por pura ambición, pero que no eres ni uno ni lo otro. ¿Qué clase de doctor eres tú? ¿Qué clase de médico? No te irrites por mis discursos y mi opinión, porque estarás constreñido a reconocer tu ignorancia si te interrogo cuidadosamente de heridas infligidas por cortaduras y picaduras; porque hay tantos juicios en tu cerebro, como en la cabeza de una gallina pintada para los niñitos sobre un abecedario. Os aconsejo pues a todos, eruditos, seáis de una magnífica o baja condición, considerar en primer lugar, en virtud de la ciencia y de la conciencia que son exigida de los doctores y de los maestros, la verdadera doctrina que consiste la preparación de las cosas, y después el método de servirse de ellas. Entonces os arrogaréis con derecho un título honorífico adecuado, llevaréis con confianza y eficacia socorro a los hombres, y rendiréis gracias a vuestro Creador con un corazón puro. En función de lo que hemos dicho, cada uno debe examinar y ver si puede usar legítimamente su título. Porque el que desee reivindicar un título debe comprenderlo exactamente y justificar su tenencia. No basta en efecto, decir con el vulgo: "He aquí una gruesa mierda muy hedionda" -sin querer lastimar los oídos honorables e ignorar la causa de su hediondez, ya que el hombre puede haber comido manjares de olor muy suave y expulsar un excremento muy fétido. Sino que conviene saber la razón por la cual un manjar fragante se transforma en una cosa monstruosa cuya causa es putrefacción natural. E inversamente, ocurre lo mismo en lo que concierne a las cosas aromáticas. No se debe considerar simplemente el olor, sino que es de un verdadero filósofo el buscar. Ahora bien, para entablar discursos de nuestra inversión, es preciso remarcar que el olor de los cuerpos debe ser observado cuidadosamente por los que son verdaderamente filósofos. Los cuales deben buscar cuál es tal olor bueno o malo, de dónde proviene, en qué consiste su virtud, y cómo se puede extraer su utilidad para la salud del hombre. Porque ocurre que una basura pestilente abona la tierra, la alimenta y la fertiliza, de manera que produce frutos fragantes. Lo que ocurre por varias causas, pero querer describir todas en particular, tales como la alteración, las corrupciones y generaciones admirables de la naturaleza, implicaría hacer grandes volúmenes Pero la causa principal de tales transmutaciones y cambios de una forma en otra es ésta, a saber, la digestión y la putrefacción, en la que el fuego y el aire producen una madurez natural de las cosas, a fin de que el agua y de la tierra se haga un cambio. Por lo mismo, se puede separar un bálsamo fragante del estiércol pestilente de un campesino y recíprocamente de un bálsamo fragante hacer una materia hedionda. Me podréis decir con razón que os aporto comparaciones groseras; es verdad lo reconozco. Pero los que buscan la causa de las cosas no deben formalizarse, puesto que ellas nos enseñan cómo se pueden transformar las cosas viles en cosas preciosas, y las más nobles en viles; cómo se puede hacer para degenerar un buen medicamento en veneno y cambiar la malignidad de un veneno en un medicamento muy útil; de una cosa dulce u agradable a la Naturaleza producir una amarga y corrosiva; y de las corrosivas hacer buenas y útiles.
Cuido espiritualmente de mis hermanos por mis oraciones y corporalmente por remedios ordinarios. Es por ello que espero por ellos velarán por mí, a fin de que habitemos todos juntos y por la eternidad en la morada de Dios todopoderoso.
Vengamos ahora a nuestro Antimonio. Y antes es preciso saber que todas las cosas del mundo contienen en ellas mismas espíritus activos y vivificantes que habitan en los cuerpos, los cuales se alimentan de ellos, se nutren, se mantienen; los mismos elementos no están sin espíritu. Esa morada es preciso buscarla en todos los cuerpos, sea buena o mala. Los hombres y todos los animales tienen en ellos un espíritu activo y vivificante el cual siendo separado de sus cuerpos, no deja más que un cadáver. Todas las plantas contienen en ellas un espíritu de la salud humana, de otro modo uno no podría servirse de ellas en la medicina. Los metales, semejantemente, y todos los minerales, mantienen con ellos un espíritu imperceptible en el que residen principalmente todas sus facultades y virtudes, en lo que pueden servir a la vida del hombre. Porque todo lo que está despojado de esto espíritus no es más que un cuerpo muerto y no puede producir ninguna operación vivificante. Es por esto que es preciso concluir que hay en el antimonio un espíritu que reina. El cual debe ejecutar todas las operaciones y virtudes que vemos salir de tal cuerpo mineral, lo que se hace sin embargo invisiblemente, lo mismo que la calamita tiene también una virtud escondida de atraer hacia sí el hierro, que conserva totalmente en sus espíritus, de los que hablaremos en mi tratado sobre el imán. Los espíritus de los cuerpos son de varias clases. Porque los hay que son visibles a los sentidos exteriores, que tienen alguna inteligencia y un razonamiento espiritual. Los cuales, sin embargo, se vuelven imperceptibles cuando quieren y se despojan de su cuerpo. Tales son los espíritus de los elementos y los que habitan cerca de ellos, como los espíritus del fuego que parecen chispas en el aire y tienen formas visibles de diversas clases. Hay otros que son los espíritus del aire, que permanecen siempre en él. Por lo mismo hay espíritus en el agua, que se llaman acuáticos. Finalmente los hay en la tierra, los cuales se muestran en lugares grasos, alrededor de las minas y de las montañas. Yo los dejaría tal como son hasta el día del juicio universal, en el cual deben recibir sus sentencias como nosotros las nuestras. Dejo este secreto a la inescrutable y divina sabiduría del Todopoderoso. Los otros espíritus, que no hablan y no pueden aparecer en formas visibles o perceptibles, son los que habitan en el cuerpo de las bestias y de los hombres, de las plantas y de todas las cosas vegetativas, así como de los minerales, los cuales no dejan de tener una virtud activa y una naturaleza vivificante, que se manifiesta por las operaciones que ejercen, y que hacen aparecer cuando son separados de sus cuerpos por medio del arte.
¡Oh, Dios mío! ¿Por qué el mundo está tan loco que no tiene vista, ni orejas, ni espíritu? ¿Porqué no hace diferencia entre los engañadores y charlatanes, y la verdadera ciencia que se conoce por el uso de los medicamentos? Si tiene tan poco juicio ¿no debería abandonar el cenagal en el que está continuamente abrevando para venir a beber las aguas vivas de la salud en el verdadero manantial de la vida? Quiero que todo el mundo sepa que volveré a la realidad a varios grandes momentos ignorantes, y que al contrario, muchos pobres escolares que son rechazados y menospreciados se volverán sabios por los efectos de mis experiencias, e incluso grandes médicos. Porque siguiendo mi doctrina, obtendrán todo lo que anhelan y tendrán un perpetuo recuerdo de mi memoria cuando ya esté en la tumba. Y los que, después de mi deceso, quieran resucitar mi cuerpo para disputar conmigo, encontrarán la respuesta en mis escritos, estando seguro de que los que de mi doctrina no olvidarán mis preceptos. Porque harán conquista del imperio de la verdad, que es el fundamento de mis opiniones, y que será siempre triunfante contra todos los embustes y permanecerá siempre victorioso. Además, el lector debe ser advertido de que hay varias clases de antimonio. Porque uno es bello, puro y tiene una propiedad del oro, porque contiene en sí mucho mercurio. El segundo contiene mucho azufre y no se aproxima tanto a la naturaleza del oro como el primero, que tiene varios pequeños rayos blancos y resplandecientes. Es por ello que el primero es mejor que el otro para el uso en la medicina química, lo mismo que la carne de pescado es menos buena para el alimento el cuerpo humano que la de otras bestias terrestres, aunque sean todas animales; así la misma diferencia se encuentra de un antimonio a otro. Además se deberá advertir que hay varias personas que escriben sobre las facultades del antimonio. Pero la mayoría de éstas no entienden las razones de sus virtudes y no han aprendido ni encontrado jamás por qué medio se las puede reducir en acción; en tanto que no escriben más que con opinión y para la gloria que buscan escribiendo. Y no es preciso asombrarse si no entienden lo que desean. Porque para hablar pertinentemente del antimonio, es necesario haber hecho varias observaciones de sus virtudes, haber soportado gran trabajo de su preparación, y haber encontrado el verdadero espíritu en el cual reside su virtud, a fin de que se puedan dar verdaderos documentos y tener una ciencia infalible para conocer lo que es malo o bueno de él, lo que es veneno o medicinal. No es necesario mas que saber hacer un buen examen del antimonio para penetrar en su esencia y encontrar por experiencia cómo es preciso separar de él su malignidad arsenical, de la que se quejan tantas personas, y volverla un medicamento benigno sin veneno alguno. El antimonio se puede con razón comparar a un círculo que no tiene fin, igual que es calificado el mercurio. Es de todos los colores del mundo, y cuando más se buscan sus virtudes, más se pueden apreciar, supuesto que se proceda como es necesario. En fin, un hombre no puede conocer todas sus virtudes, a causa de que su vida es demasiado corta. Por tanto no envidio la fortuna de los que buscan los secretos de la Naturaleza, y que han encontrado y descubierto en este mineral secretos admirables. Porque la Bondad divina da sus gracias particulares a quien le place. Sin embargo, a causa de que el mundo está lleno de ingratitud y no reconoce los beneficios de su Creador, ocurre a menudo que su justicia le venda los ojos, a fin de que no pueda conocer las propiedades y los secretos de la Naturaleza que se encuentran en su forma metálica. Todos los hombres no hacen más que desear las riquezas, y cada uno dice: "Yo querría devenir rico y opulento, como dicen los Epicúreos; supuesto que pueda adquirir bienes corporales, encontraré en abundancia los espirituales". Todo el mundo se asemeja hoy a ese Rey Midas, que según la afición de los poetas no deseaba más que convertir en oro todo lo que tocara. Es por esto que la mayoría estudian cómo encontrar los medios para enriquecerse por el antimonio. Pero como han olvidado a su Creador en sus comentarios, omiten las acciones de gracias que deben previamente ser rendidas, y descuidan la caridad debida a su prójimo, tocan la boca de un caballo del cual ignoran la edad y la fuerza; pareciéndose en ello a los que estaban presentes en las Bodas de Canaan en Galilea, cuando nuestro divino Señor cambió el agua en vino. No podían comprender cómo se hizo ese milagro, aunque viesen el color y gustasen la dulzura del vino. Porque nuestro Señor no quiso descubrirles su omnipotencia, a fin de que tuviesen motivo de admirarle. Es por ello que afirmo que incumbe a todos buscar los misterios puestos por el Creador en su creación. Porque aunque no se pueda imaginar que alguien pueda alcanzar el conocimiento perfecto así como los otros milagros del Salvador, sin embargo no está prohibido el buscarlos, porque es preciso que aprenda todo esto por una labor y una reflexión muy asiduas, a fin de no tener que quejarse de sufrir una enfermedad o la pérdida de sus riquezas y de la salud, sino más bien a fin de que pueda alegrarse y regocijarse. Es por esto que no debe faltar el dar gracias a su Creador por todo. Es por ello que cualquiera que quiera devenir un verdadero anatomista en antimonio debe en primer lugar observar la descomposición o la apertura de los cuerpos, a fin de alcanzarlo por la vía adecuada, en su lugar y sin error. En segundo lugar debe observar el régimen del fuego, a fin de que no aumente o disminuya demasiado, que no se hiele o sea demasiado ardiente, porque en el fuego consiste el punto principal, a fin de que los espíritus sean expulsados, desnudos y dejados libres para operar, y que sin embargo esta virtud activa no arda ni perezca. En tercer lugar, debe observar el uso y una cierta medida, como he dicho más arriba, a propósito de las cinco cosas fundamentales necesarias a los químicos, que repito sin embargo por parábola. En la revisión o disolución del antimonio en sus partes consiste el principal punto. Y para servirse de él es preciso prepararle por el fuego y hacer como el carnicero que habiendo matado un buey, le divide en sus partes y las distribuye al público para cocerla si las quiere comer. Porque no se puede extraer la utilidad que se desea si no se las hace cocer por medio del fuego que quita la crudeza. Y si se las come crudas, no hay dudas que nos servirán más de veneno que de alimento, en tanto que el calor natural del estómago del hombre es demasiado débil para digerir la crudeza de tal cuerpo. Lo mismo ocurre con el antimonio, el cual teniendo un cuerpo muy duro y lleno de veneno, no puede ser digerido por nuestro calor si antes no se le prepara, y como veneno aporta pronto la muerte a los hombres. Después de que la cerveza está hecha, se la deja espumar y asentarse, y se hace por la clarificación una nueva separación de las cosas puras de las impuras, lo que se hace por el movimiento natural de los espíritus agitados que separan la hez del cuerpo y echan afuera la espuma o la levadura, antes de lo cual la cerveza no es buena para beber y los hombres no pueden aprovecharla a causa de que los espíritus están mezclados con la hez que impide su operación. Lo mismo se observa en el vino, el cual, mientras está turbio y no clarificado, no hace los efectos ordinarios de su naturaleza. Ni el vino ni la cerveza antes de su clarificación dan un espíritu destilado tan perfecto. Además de todas estas preparaciones, se puede hacer una nueva separación por una sublimación vegetal, a saber, separando los espíritus del vino y de la cerveza, y por destilación hacer una nueva bebida como el agua-de-vida, así como se puede también extraer de las heces restantes de las dos. Haciendo lo cual se separan los espíritus ordenadores de sus cuerpos por medio del fuego. Y los espíritus dejan su morada que tenían en los cuerpos que tenían aún vida, pero que después de tal separación no son más que cuerpos muertos sin alma. La exaltación de los espíritus se hace por la rectificación del agua-de-vida, la cual se destila hasta que sea pura y neta, sin ninguna flema ni acuosidad, de la cual, una pinta tiene más fuerza y más actividad que veinte de las que no están rectificadas, porque ésta penetra antes y obra más prontamente. El antimonio es lo mismo que un pájaro que vuela en el aire, el cual por la asistencia de los vientos va donde quiere. El operador o Artista, se puede comparar al viento, que puede llevar al antimonio a donde le plazca. Le puede volver rojo, amarillo, blanco, negro y como quiera, según la disposición que su fuego le dé. Porque el antimonio contiene todos los colores, como el mercurio. Cosa de la cual es preciso no asombrarse porque la Naturaleza tiene dos recursos admirables, los cuales no podemos aprender ni hoy ni después. Cuando un iletrado toma un libro, no sabe lo que ese escrito puede contener en sí e ignora el significado de los signos que mira como una vaca a una puerta nueva. Ahora bien, cuando este ignorante recibe de otro su inteligencia y uso, no toma esto por ciencia, sino que es para él algo común y fácil de lo que conoce bien el negocio y el uso. Pero puede comprender verdaderamente, hasta el punto que no le quedará nada secreto u oscuro en ese libro, cuando él mismo haya dominado su lectura y comprensión. El antimonio es un libro en el cual los que no saben leer son advertidos de que, si desean aprender y conocer sus misterios y sus utilidades, comenzarán conmigo a conocer las letras y los elementos primeros, a fin de que puedan leer ellos mismos y pasar de una clase a otra. En lo que la experiencia nos servirá de rector para hacer juicio del examen, y dar los premios que habrá merecido cada una según la doctrina. No puedo pasar en silencio a los que gritan diariamente "¡Crucifige! ¡Crucifige!" contra todos los que recetan venenos a los enfermos, que preparan venenos y que muestran cómo servirse de ellos en la Medicina, y por medio de los cuales creen que tantas personas mueren, como por el mercurio, el arsénico y el antimonio. Todos los que dan tales gritos y hacen tanto ruido no son ordinariamente más que ignorantes que se dicen médicos, y que no saben ellos mismos qué es el veneno, lo que es venenoso o medicinal, y que no saben hacer la separación del veneno de lo medicinal; y es lo que les incita a declamar contra los que son sus maestros y que no saben reconocer como tales. Pero tengo mejor razón para gritar yo mismo contra los que verdaderamente recetan los venenos antes de haberlos preparado, en tanto que ellos no tienen su espíritu. Porque si el mercurio, el arsénico, el antimonio y otros semejantes, permanecen en su sustancia tal como son sin estar bien preparados, son verdaderamente venenos. Pero cuando son preparados metódicamente, toda su virulencia es apagada y disipada, y son convertidos en medicamentos saludables, los cuales resisten contra todos los otros venenos y los expulsan cuando se encuentran engendrados en nuestros cuerpos. Porque un veneno bien preparado, de manera que no retenga ninguna mala cualidad, resiste y extirpa otro veneno cuando lo encuentra. Y si no lo expulsa, tiene al menos la virtud de prepararla y de hacerla parecidamente perder sus malas cualidades y volverle conforme a su naturaleza, pese a que ambos fuesen venenos antes. Quiero creer que lo que acabo de decir suscitará grandes disputas entre los doctores, los cuales examinarán si la verdad de las cosas es posible o no. Y sus juicios serán muy diferentes. Unos serán de la opinión de que es del todo imposible que se pueda despojar enteramente a un veneno de todas sus malas cualidades, lo que no me asombrará nada, en tanto que esta ciencia le es desconocida y que no entra para nada en su pensamiento la posibilidad de aprender tal misterio. Pero habrá, sin embargo, algunos que reconocerán que se puede, por medio del arte, cambiar una cosa mala en una buena, y defenderán mi opinión. ¿No me reconocéis, señores médicos, que sois de esta opinión de que las enfermedades y las causas mortificas de nuestros cuerpos, que son todas venenos, se pueden cambiar en buen estado, y volverse propias de la salud? ¿Por qué pues no queréis confesar que la malignidad que contienen ciertos medicamentos se puede separar de su bondad y que, después, después tales medicamentos sean útiles y necesarios a la salud del hombre? Pero en tanto que la experiencia y la ciencia de tal operación es aún desconocida para varios, la mayoría no dejará de gritar: "¡es veneno! ¡es veneno!", como los judíos "¡Crucifique! ¡Crucifique!" contra nuestro Señor y Redentor Jesucristo él rechazándolo y considerándolo como el mayor, el peor y el más maldito veneno de todos los hombres, visto que era el más noble, el más rico y el más precioso medicamento de nuestras almas para librarlas del pecado, de la muerte, del Diablo y del infierno. Lo cual no querían reconocer ni aprobar los doctores y fariseos, aunque fuera verdadero y quedará confirmado por toda la eternidad; e incluso vosotros, señores, grandes doctores y famosos personajes que persuadís a los emperadores, reyes, príncipes y otros potentados de que es preciso guardarse bien de servirse de tales medicamentos, a causa de que son nocivos y venenosos, deberíais perdonarme si oso deciros o escribir cuán ridícula me parece su opinión. Pero no hablo de ello, en tanto que no salís jamás de lo que habéis aprendido una vez y que no queréis hacer otras observaciones que lo que habéis visto. Es así que no deberíais pedir la de otros. Porque aunque se le haya dado tal veneno, que vosotros llamáis extremo, a alguien, e bastaría darle con ayuda de Dios un contraveneno preparado en público que le salvaría la vida y expulsaría al instante todo el veneno por el cual debería morir pronto. Y aunque los doctores no puedan ni quieran comprender esta verdad y la crean imposible no importa, sé los medios de defenderme y de mostrar las pruebas cuando se quiera, habiéndolas hacho delante de la gente que no puede dar testimonio de ellas. Y si me fuera preciso disputar con tales doctores, que no saben hacer ello mismos tales preparaciones, que es preciso encarguen a otros, estoy seguro de que en la verdadera escuela obtendría la plaza por encima de ellos y estarían obligados en su deshonor, a ponerse debajo. Porque no conocen los medicamentos ni lo que recetan a sus enfermos, e incluso no conocen los colores si son blancos, negros, rojos, amarillos, grises o azules; si son calientes o fríos, húmedos o secos. Leen solamente, y teniendo eso no desean saber más. ¡Oh, Dios mío! ¿Qué conciencia tienen estos señores? ¿Cómo tratan a sus enfermos? ¿No encontrarán el día del juicio la Justicia, si no hay ninguna al presente para ellos? No piden más que dinero; pero si pensaran en los deberes que son reclamados, emplearían noche y día en descubrir los secretos de la Naturaleza. Pero los trabajos les parecen difíciles y penosos; no se inquietan por ellos, contentándose con halagar al mundo; creen hacer bellas curaciones engañando con grandes discursos y dejando la curación aparte. El carbón es demasiado caro, es por eso porque lo usan muy poco, gustándoles más ahorrar el dinero que sería necesario emplear para encontrar las maravillas de la Naturaleza. Vulcano no es uno de sus amigos, porque no se encuentra jamás en su vecindad. Es suficiente conque los alambiques se encuentren en casa de los boticarios, donde ellos se encuentran algunas veces para escribir recetas, pero el sonido de los morteros que hace el muchacho de botica puede lanzar al viento todas las recetas. ¡Oh clementísimo Dios! ¡Cambia el tiempo, pon fin a la soberbia, oponte a los árboles a fin de que no crezcan hasta los cielos, a los gigantes, a fin de que no amontonen montañas sobre montañas! Dad algún fin a esta vana gloria y prestad vuestra asistencia a los que tienen confianza en vosotros, a fin de que puedan sobrepasar a los que les persiguen y odian. Quiero incitar a todos los compañeros que tengo en este monasterio a rezar a Dios día y noche para que le plazca establecer el entendimiento en todos estos perseguidores, hacerles conocer su omnipotencia en sus criaturas, e iluminarlos, de manera que comiencen a buscar por la anatomía de las cosas las virtudes que hay escondidas en su profundidad. Espero también que su misericordia, que ha creado todas las cosas visibles e invisibles, concederá nuestros rezos, y si no es en mi tiempo o en el de mis hermanos, será después de nuestra muerte. Quizás entonces se hará una penitencia a la cual Dios acordará su gracia, para que las nubes espesas y sombras sean retiradas de los ojos de todos, que cada uno vuelva a encontrar la vista y por una verdadera iluminación, recobre el verdadero groschen (moneda alemana de diez centavos). ¡Que Dios lo haga! Así sea. |
"Y entre los libros de la buena memoria, me quedo oyendo como un ciego frente al mar..."
Luis Alberto Spinetta (Los libros de la buena memoria, El Jardín de los Presentes).
Si le interesan estos temas le invitamos a ver nuestra programación de cursos